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Algo tendrá el fuego cuando lo bendicen.

Fotografía: José Manuel. Diseño: Ayto. Jarandilla de la V.

Algo tendrá el fuego cuando lo bendicen. La frase no reza exactamente así, pero es bien cierta. En La Vera -y en otros lugares- lo saben bien; más allá de la luz y del calor «el fuego es teología», como dice C. Lisón. Y Jarandilla en esto no es menos, sino más. Llevaba años intentando acudir a Los Escobazos y un cúmulo de circunstancias se conjuraron para hacerlo posible en 2016.

Mi bautizo fue en la ermita de la Virgen de Sopetrán cuando un niño me dio el primer escobazo, de ahí entré en la marabunta junto a un hombre que me llevó hasta «donde está el lío», dijo. Al entrar en la Plaza Mayor me quedé tan fascinado con esos hombres arrastrando el fuego que tardé en quitar la tapa de mi Canon, porque viajar solo tiene el encanto de la duda y la pregunta/respuesta -sin cómplice que sugiera- es siempre en primera persona. Así fue mi primera vez en Los Escobazos, una observación que me llevó a recorrer las calles de Jarandilla escuchando a sus gentes a la vez que disparaba 3.266 fotografías -exactamente-, «pese a todo imágenes y nada más que eso» parafraseando a Didi-Huberman. Sin duda, lo sustancial quedó fuera de foco: el olor de la escoba, los cánticos… lo que uno experimenta e interpreta, aquello irrepresentable en tanto forma parte de lo vivido.

Pese a los prejuicios etnográficos, la fiesta también despertó en mí el interés por la plástica que irradia el fuego. Así, pese a todo, entre las miles de fotografías rescaté la que ilustra el cartel 2017. En ella aparecen varios hombres con su fuego y delante un señor pausado, ajeno al bullicio de sartenes y cacharros que todo lo llena; abría el paso de la comunidad sin llamar la atención de sus paisanos porque entre ellos era y es uno más. La esencia de ésta y otras celebraciones son sus hacedores y cuanto gravita cerca y más allá de ellos, sus temores y anhelos vividos en grupo, ahí donde cabe la esperanza. Pero este hombre no era uno más, tenía esa esencia y me recordaba a ciertos personajes repletos de verdad que aparecen en el cine de Béla Tarr, supongo que ahí nació mi empatía hacia él y al blanco/negro como elección.

Después supe que el señor pausado se llamaba Cirilo, igual que mi bisabuelo, mi tío, mis primos y mi padre. Imagino que esto también es parte de ese conjuro del que hablaba. De vuelta, el camino hasta Valladolid fue otro cantar o el mismo «… ardía la zarza y la zarza ardía, y no se quemaba la Virgen María…».

Publicado en el Revista Los Escobazos, 2017. Ed. Ayto. de Jarandilla de la Vera.


EPÌLOGO >

En 2017 regresé a Jarandilla de la Vera para fotografiar, nuevamente, la fiesta de Los Escobazos. Allí me crucé con Cirilo, aunque en verdad le estuve buscando entre la gente durante toda la noche: un retrato (el que ilustra estas líneas), pocas palabras, alguna sonrisa, varios abrazos y mucho agradecimiento. No ocurrió mucho más porque tampoco era necesario hacer o decir mucho más.

Meses después, ya en 2018, me escribieron para comunicarme que Cirilo había fallecido. Y entonces uno siente que pierde a un conocido, porque fue de esas personas que pasan por delante del objetivo y se quedan bien dentro de la retina. De esas personas que uno siente suyas y creé conocer de siempre por el simple hecho de fotografiarlas y observar sus gestos durante horas y horas.

Sirvan la fotografía y estas líneas como reconocimiento a quienes caminan por nuestros pueblos con mirada sabia, al margen de todo y de todos.

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